En un post anterior había tratado el tema oxímoron.
Hoy se me ocurre pensar que el hombre es un perpetuo oxímoron existencial, sin
duda, en la retórica, en la literatura y en todas las ciencias creadas.
La
persona es una entidad lógica, al mismo tiempo, lucha en él lo ilógico, el
deseo de armonizar lo opuesto que lleva adentro; llámese luz o sombra,
alteridad o egoísmo, elevación o aberración, gracia o pecado, etc. Siempre ha
forjado de sí una segunda o tercera o múltiple forma de ser frente a los demás,
que lo hace más o menos creíble o racional, más o menos odiado o amado. El
sentido literal de un oxímoron es lo absurdo, lo paradójico, y el hombre es el
espejo de la historia que ha escrito él mismo, ubicándose en la cumbre, pero
respirando desde lo subterráneo de su incongruencia. El hombre es un “instante”
dentro de la creación, que, por la intensidad de lo vivido o por vivir, pierde
el sentido perfecto del tiempo que le toca, hoy.
Desde
los albores de la existencia del hombre, como machos y hembras ha sido el centro de la atención, tomando en
cuenta todos los aspectos de la existencia: biológico y cultural, pasado y
presente, y pretender comprender al hombre más allá de sus límites, sería
siempre volver al principio.
La
condición de ser seres limitados constituye la totalidad de la experiencia del
ser humano. Como entidades mortales, hay una serie de acontecimientos
biológicamente determinados que son comunes a la mayoría de las vidas humanas,
y la manera en que reaccionamos o hacemos frente a estos acontecimientos
constituye todo un aprendizaje de nuestros impulsos internos y su encuentro con
el entorno. Las diferentes culturas tratan estas cuestiones de diversas
maneras. Muchas religiones y filosofías
dan un significado a la condición humana, más allá de su soma y del conjunto de
comportamientos y actitudes. Las teorías confirman la excelencia de su
dignidad, aunque luego, “otros intrusos” lo degradan a su mínima expresión.
El homo erectus ha hecho su camino humanizante.
La historia con sus progresos sorprendentes, ha intentado llevarlo hacia un
humanismo integral, a pesar de las fuerzas regresivas y arrolladoras que soporta a lo
largo de los siglos. La naturaleza y las energías que el hombre
posee en sí hace posible explotar todas las dimensiones que está circunscrito
en su género.
Muchas
veces, el hombre es “lobo para el hombre”, y la sociedad se encarga de hacerlo
menos lobo o más lobo, y a veces, lo consigue estupendamente bien.
Sólo
el amor, fruto del sentimiento, de la razón, de la verdad, de la libertad, del
esfuerzo y de un trabajo personal puede construir y desarrollar un verdadero
humanismo. Sólo así podemos ser hombres y mujeres, plenos y felices.