Genessis comparte con los que generosamente se asoman a este sencillo portal los momentos de ocio que la vida le regala. Es una miscelánea de cosas simples; pensamientos y poemas, fantasías y pasiones, recuerdos y plegarias, vivencias e impresiones, que se plasma en el reverso de una página compartida con los lectores.
Genessis y sus avatares semejan escenarios de un alegórico estreno de un destino que va usurpando la vida en un tiempo prestado.


martes, 30 de abril de 2013

Experiencia


 
Tenía catorce años cuando creí que había comprendido todos los misterios de la vida adulta. Un día menos pensado cuando jugaba aún entre ser niña y mujer, un espécimen muy macho declarándome su amor me dijo secretamente: ¿acaso un hombre casado no puede enamorarse de nuevo? Si me das tu amor iremos lejos y seremos muy felices. La prueba de amor lo guardarás como un secreto entre tú y yo; mañana a las nueve nos encontramos en la estación del tren que va a Buenos Aires.

Creía estar enamorada y mi cuerpo me urgía dejar las cosas de niña; la inocencia, la virginidad y los primeros ardores de la pasión eran perfectamente compatibles para mí. No había consejero más sabio que escuchar el palpitar del corazón que te llena de ilusiones el alma. Quise crecer a mi manera y guardando íntimamente mi secreto pasé una de las peores noches de mi vida. A la mañana cuando me desperté, reuní fuerzas y puse un par de ropas en la mochila y salí corriendo hacia la Estación.

Cuando cerré el portón de mi casa miré sigilosamente a ambos lados y el chusma de mi vecino Don Felipe, me dice: ¿a dónde vas nena con esa cara de ovejita espantada?  El miedo que teñía de palidez cada centímetro de mi piel me hizo delatar.  Voy a Buenos Aires”, le dije con una voz temblorosa.

Estaba sentada en el tren y ensimismada miraba mi pequeño reloj sintiendo la agonía del desconcierto. La espera se hizo tediosa y sólo deseaba que la mano poderosa de Dios me detuviera. Cerré mis ojos y abracé fuerte mi mochila como el único bagaje de mi destino hacia el abismo. El silbido del tren me sobresaltó, alcé los ojos y me vi acorralada como una oveja ante sus esquiladores; mi madre, mi padre y un policía colocando las esposas a Donald.