Mi amor platónico

Él como siempre va vestido pulcramente, a veces de sport, a veces de traje negro o azul oscuro y un maletín en mano. Trato de acercarme a él, alguna vez llegué muy cerquita, hasta sentí su perfume. No sé quién es, ni dónde vive ni adónde va, pero me atrae. Simplemente me atrae.

 

Cada vez que lo veo subir en el mismo vagón mi corazón se zarandea y una alegría se apodera de mí porque es como una luz o una dosis de vitamina que necesita mi alma para el resto del día. Me encanta mirarle, busco el espacio directo para poder observarlo sigilosamente,  me acomodo hasta encontrar el recoveco donde la luz ilumina su rostro o el ángulo perfecto para dibujar su silueta en mi retina.
Simplemente me atrapa.

 

Tiene un aire que lo envuelve  y me dice un no sé qué..... no es un ángel, es hombre, pero tiene un halo divino que lo cubre.

 

Mis neuronas femeninas estallan en mil sinapsis ante aquel perfecto cuerpo masculino; a veces castamente, a veces lujuriosamente. ¡Estoy enloqueciendo; le amo de día y le busco de noche! ¡Qué puedo inventar para que un día se fije en mí! Le sueño en mis delirios nocturnos esperando verlo a la mañana temprano, siempre impecable, en el tren de las 7:00.
Simplemente me gusta. 

En mi rato de insensatez hice un juramento: a este hombre lo amaré para siempre, no permitiré más que tres posibilidades, o será mío, o de nadie o de Dios. ¡Nada más!  Saboreo mi secreto como un manjar apetitoso que se hace miel en la boca y sacia de energía todo el cuerpo.
Simplemente le adoro.

 

A veces me imagino un encuentro frente a frente, una cita furtiva, una propuesta indecente o sencillamente coincidir en un asiento para dos. Me gustaría saber cómo suena su voz al oído, cómo son sus gestos al amar, cuáles son sus gustos, en qué gasta su vida. Si me mirara a los ojos no la esquivaría, dejaría que hablara el corazón. A veces busco borrar mi decencia por un momento de osadía, entonces cambiaría ese ritmo rutinario de mi viaje en el tren.

 

Él no sabe que cada mañana alguien le mira embelesada, le ama secretamente como se aman las cosas prohibidas y le jura un amor eterno, de esos que casi ya no existen.
Simplemente le amo.

 

Pero un día me cansé de mis fantasías y decidí dejarla en la calle, en una esquina cualquiera para que el viento la lleve al mar o los ángeles las recoja y las lleve al cielo, y en un mínimo momento de cordura dirigí mis pasos hacia una vieja iglesia, me acerqué a comulgar y al levantar mis ojos vi el Cuerpo de Cristo, blanco y pequeño, sostenido por las manos de aquel hombre sagrado por quien viví el más hermoso amor platónico.