Él venía ocultándome cosas.
Sospeché que hablaba solo o pensaba en voz alta, pero al descubrirlo me sentí
avergonzada espiándole sin razones. Le escuché hablarle sigilosamente al gato,
un curl americano.
Me entusiasmó ver los mimos que le prodigaba y el monólogo
que entretejía escudriñando sus miradas fijas y deslumbrantes. Me apañé detrás
del cortinado y me imaginé una secuencia de dibujos animados entre él y el
pobre felino escurridizo.
Él con su realismo sarcástico apabullándole con
tantas preguntas y el cantarín zalamero ideando, con lenguaje humano, su
consabido historial doméstico, solitario y casto.