
Le bastaba una madera, un serrucho, unos clavos y escoplos fuertes.
En sus ratos de ocio infantil había armado un cuatriciclo, con volante, ejes giratorios y palancas de aceleración y frenos.
Subidos en él los cinco hermanos nos tirábamos como en un tobogán cuesta abajo por el amplio patio frente a la casa.
Era sentir la risa a todo pulmón y el cosquilleo en el vientre por la felicidad embargada cuando descendíamos por la empinada hacia el bajo de la calle.
Alguna vez cuando no estábamos bien asidos de la cintura salíamos disparados quedando verde con el roce de los henos, entonces el grito agudo de mamá Lola sale a sentenciar que el tiempo de juego se ha acabado.
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