Al evocar algo casi olvidado, emerge una situación embarazosa que había pasado como joven estudiante de enfermería.
Un día cualquiera, hacia fin de año, cuando el verano se hacía sentir fuertemente sobre la ciudad, me presenté a dar un examen de Fisiología Humana en la escuela de Enfermería de Luján - Buenos Aires.
Eminentes Profesores-médicos conformaban la mesa examinadora.
Yo creía ser una aventajada lectora y que todo me fluiría como un río, pero esa tarde me transformé en una libélula con dos grandes ojos cuando vi en el horizonte de la sala, ocho miradas tiránicas.
Mi memoria y mi lengua se trabaron ante la carrera de preguntas a la que me sometieron.
Pasaron segundos y minutos y, yo muda releía perfectamente el libro de Houssay, desde la página 1 hasta la 448 que pasaron ante mis ojos como aleteo de un picaflor.
Absortos esperaban mi respuesta y solo veían en mí un océano de palabras ahogadas que se negaban a fluir afuera.
- “Tendrás una nueva oportunidad”, me dijeron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario